Una taza de café
Varias veces al día prepara café, camina por la sombra, revuelve su vida. Trata de deshacerlo todo y que no duela. Quiere ordenarlo, pasar en limpio. No sabe cómo.
Si fumara quizás ¿soltaría de a poco la tristeza en bocanadas, mariposas volando?
Y si bebiera ¿lograría adormecer alguna parte del alma? Pero no. Sólo café, aunque no baste.
Contempla el cielo acostada: las nubes son flores blancas viajando en el viento . Alto, un barrilete, el sol. Le quema la mirada, pero insiste, los ojos bien abiertos. Un rayo, o un misterio la atraviesa. Se toma de un hilo infinito, se entrega. Lo ve transformarse en signo, en cursiva, en lazo que la baja a las profundidades y la sube cada vez. Respira entre palabras antes de volver. Logra quedarse a la deriva en esas aguas azules que la arrastran. Si muore d’amore. Sólo por hoy se dice. Y algo la sacude hasta las lágrimas. Nada sabe. Algo habrá, porque lo escribe, como un instinto de mantener sus partes juntas.
Se aferra, cuerpo y alma en una caligrafía inclinada, y justo antes de caer, se abraza. Apoyada en el blanco que sigue a la oscuridad, es. Se empieza a ver en un espejo de agua, primero ve sus ojos. Revuelve lentamente con ternura aquella imagen, se ve disolverse, desaparecer, volverse palabras. Solamente amore. Trata de aplastarlas. Se incorporan, flotan libres. La miran desde el fondo, le tienden la mano. ¿Tal vez sea esa su tabla?
O no. Como el café. Amanecen. Las ve agruparse, volar. Levanta la vista: un mar de soledad, Mi Manquerai .
Entre la bruma, una taza de café, su historia.