Puentes Desde que puedo recordar estoy cruzando puentes. Puentes en los cuentos, llenos de magia que me leía mi madre. Los que atravesaba en auto con mi padre cuando era niña: un puente empedrado en Remedios de Escalada sobre las vías del tren, donde el asiento saltaba. Y el de los cuadros de Quinquela sobre el Riachuelo: “Descarga”, “Amor en el puerto”. En la ruta 2, rodeados de garzas. El muelle de pescadores sobre el mar, donde crecí, en Mar del Plata, con un cartel de luces y letras azules que aun siendo muelle era puente para mis sueños jóvenes. Puentes en los caminos, en estaciones del ferrocarril, los que cruzábamos en tren hacia estación Burzaco cuando íbamos a visitar a mi abuela y mi tía Hilda. En ciudades del mundo puentes Del alma, De las artes De los suspiros, Ponte Vecchio. Puentes en jardines, que quedaron grabados en el alma. En paseos por el Norte sobre ríos dulces, puentes que cruzan lagos, arroyos y unen montañas. Hay puentes entre sonidos, también, entre palabras, y en los poemas. De un color hasta el otro, el arco iris ¿no es un puente? Hasta cuando respiro. ¿Por qué me cautivan más allá de su belleza? Trato de atravesarlos buscando una respuesta que es pregunta: cuántas veces somos nosotros mismos, puentes. Los puentes unen lo que está separado, pueden ser refugio, nos llevan a otros lugares. Podemos cerrar los ojos, enamorarnos soñar, volar, pedir deseos. Los puentes están para encontrarnos.
